20 ago 2008
Verano del 64
Era seguro que ya me había sentado en aquel columpio, me di cuenta enseguida; aquello había sucedido en el verano del sesenta y cuatro, mucho antes de nacer. Aquellas nubes estaban usadas, eran viejas, y el viento de la tarde parecía cansado. La levedad del día no correspondía con esta época. Definitivamente el día pertenecía a un verano pasado, un verano muerto cuarenta y cuatro años atrás. No se si seria por el reencuentro de miradas entre pasado y presente, entre vida y muerte o si el monótono balanceo del columpio actuó como mantra para despejar mi mente, lo cierto es que algo a través de mi piel empezó a expandirse y una libertad enorme, casi felicidad, me invadió de arriba a abajo y mi entendimiento confirmó lo que en otro tiempo -ante aquel mismo cielo, sentado en aquel columpio pero a millones de años luz de allí- solo había sido una sospecha. “Todo es un fluir intergeneracional de ideas que flotando en el aire van a converger en un mismo punto. El punto lo es todo, principio y fin, el camino es circular, casi recto. El infinito a de ser amor.” Y entonces comencé a reír y no paré de hacerlo durante el resto del día.
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