20 abr 2008

No habia postre

Me aburre mucho mi apatía y me pone nervioso el juego de miradas, me da pavor hacerme el idiota y reír tus atrevimientos.
A veces olvido la tremenda estupidez de nuestros actos y otorgo intensidad a las nimiedades del ser humano, después, cuando recuerdo las mentiras que he creado, siento que no merezco respirar el aire de esta tierra, y me recluyo en mi soledad practicando el sadismo conmigo mismo durante horas. Niego el fluir de los días llenándome de una manera tonta y cobarde de cielos nublados. Me vence el saberme solo en mis convicciones y cuando esto sucede, cuando comprendo que nadie está a mi lado, me hundo por el peso de mi propia falta de imaginación; estoy perdido. Para acabar con esta situación, para encontrarme de nuevo, miro mis heridas o me aprieto el cinturón, así mi cuerpo comprende, a través de los sentidos, el grito eterno de la vida en la tierra, el gesto amargo del día a día, la bofetada en la cara del mal despertar, la simple realidad que habla en forma de sangre y lagrimas y me escojo a mi mismo, convencido ahora, como único compañero, como cómplice y autor de mis periplos y así acepto la loca sinfonía y la voz se me ahueca dándome peso de hombre. Lo mismo que un golpe en la mesa a la hora del café.

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