15 feb 2008

INSTINTO ANIMAL

Hay días enteros en los que mi cuerpo se mueve como mecido por el viento o las ondas que cuentan que pululan o yo no se qué, y resulta que todo se amaina, el cielo arriba y yo, con los pies dentro de las zapatillas, abajo, enraizado a un mundo que ese día entero no va bien ni mal, la cosa fluye.
Pongo a mover mis dedos sobre el teclado y ellos solos buscan el punto exacto de contacto y apenas existe presión, simplemente acaricio cada letra y el texto acariciado aparece, cómo sin cables, en la pantalla. Salgo a la calle y el ritmo de los acontecimientos es tan tenue que mi cabeza no mide distancias ni esfuerzos, tan solo piensa el viento, la sensación que transporto al roce de mis suelas con la arena y el asfalto, el silencio de niñez, el humo que sale de aquella chimenea y el aire sopla y yo, que no soy tanto, recibo su abrazo y opinan mis huesos que mi cabeza va bastante bien, vaivén de los dioses. Más tarde, quizás, habrá conversaciones a las que mis oídos responderán -si tengo suerte y de verdad esta aproximación al instinto dura todo el día - lo que no conceden nunca mis palabras.
La posesión de un animal llamado yo, el cambio hacia las hojas del noviembre caído en tierra, envuelto en piel, puro hoy con tintes de olvido de ayer. Comunión del padre y el hijo para halago de un espíritu un poco más santo.

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